Sobre el sistema de lectura complementaria. Por Jorge Baradit

25.07.2015 00:00

SOBRE EL SISTEMA DE LECTURA COMPLEMENTARIA

Por Jorge Baradit*                         

 

NUESTRO PAÍS ha vivido a lo largo de su historia en un permanente estado de emergencia, reaccionando a terremotos e índices urgentes de todo tipo relacionados, en su mayoría, con la pobreza y la desigualdad. A partir de los gobiernos radicales, en la década de los '30,  se estableció un paradigma de emergencia que ha calado hondo: la educación es un ascensor social, un salvavidas contra la miseria, "la educación es para surgir" se escuchaba en nuestras casas de clase media baja con insistencia. La educación entonces, se entiende como una cuestión utilitaria, una herramienta, algo que sirve. Concepto perverso. Ahí cae la lectura. Los libros se vuelven manuales de instrucciones para algo, las cosas tienen utilidad, la poesía tiene significado, las novelas sirven para alguna cosa. No existe esa idea de la educación como parte del crecimiento del espíritu, la lectura como ocio, la cultura como desarrollo personal, como crecimiento individual. Entonces, la lectura complementaria, por ejemplo, es un algo que debe tener un uso: arraigar nuestra cultura, conocer o despertar a nuestras realidades sociales, adiestrar a los niños en ciertas habilidades convenientes, etc.

Los libros se vuelven tutores de algo, y nadie quiere a los tutores, los libros debieran encantar y enamorar antes que todo. Ni siquiera debería haber un listado estándar recomendado. Ahí hay un trabajo que hacer niño a niño. Aunque suene cuesta arriba e impracticable, los libros son una cuestión personal, un reflejo del camino que está tomando cada personalidad. Si cada niño tiene una personalidad diferente, cada niño debería tener su biblioteca personal. El primer trabajo debería ser dilucidar esa biblioteca personal, que diferirá de la del niño del asiento de al lado, sin duda. Suena fatigoso, pero es el camino. No se trata de qué libros debería leer, sino de descubrir los libros que él ES.

Hoy los padres no hacen mucho trabajo al respecto y le entregan la responsabilidad a escuelas y colegios, de modo que los niños entran con los mismos vacíos. Aunque hay instancias como las escuelas para padres, el tiempo entre que el niño nace y que entra a preescolar es un agujero negro, tiempo perdido invaluable en el acercamiento a los libros. Como decía, en general, los niños entran a los jardines sin vinculación con los libros. Lo primero es familiarizarlos con el formato libro y luego ver cuál es el camino que cada uno toma, potenciarle su interés y reforzarle sus vacíos. Tampoco la idea es determinarlos desde pequeños y convertirlos en "brazo de tenista". En algún momento trabajé en programas de fomento lector y en mesas de discusión al respecto y aparecía con fuerza ese tema relevante: la poca relación que establecía el niño en su primerísima infancia, antes de entrar a preescolar, con el formato libro. En el paisaje de un niño de dos años debería estar el oso de peluche, el juguete que estimule sus habilidades motrices y el libro. Que primero lo mire, que dos meses después lo abra, que al cuarto lo tire fuera de la cama y que de pronto mire sus imágenes. Un día empezará a darle vuelta a las páginas y más adelante a leerlos, pero que esté ahí presente desde que abre sus ojos.

Hay un tipo de libros orientados a niños con el que estoy en desacuerdo. Libros que parecen parte de una política instrumental casi de ciencia ficción. Son esos manuales de autoayuda para infantes, simple y sólido condicionamiento social que en ocasiones incluyen introducción de valores muchas veces de corte ideológico y discriminatorio. Pienso en algunos textos donde se presentan familias únicas que no consideran la diversidad, que es la realidad de la mayoría de nuestros hogares; roles de género marcados, machismo galopante, estereotipos de conducta en niños y niñas, normalización nociva y alienante. Es el equivalente de ver todo el día comerciales donde esas familias y personajes de la pantalla son y actúan de maneras ideales que no existen en la realidad y provocan enajenación, frustración y problemas de autoestima. Libros para niños escritos por psicólogos es algo que me da miedo. Libros orientados a producir ciudadanos ordenados, obedientes y enmarcados en un modelo rígido de conducta, instrumental al modelo imperante. Cero chispa, nada de disenso, por favor nada de rebeldía.

La gran gracia de los libros, y una de las principales razones de su importancia, es que puedes meter un circo completo a la pieza de tu hijo, hacer que su cama viaje a la Luna o llevarle todo el elenco de Parsifal a su patio. Los libros son a la mente lo que las bicicletas a los músculos. La descolocan, la fuerzan, la desafían. Por eso, cuando hace unos años unos tipos descubrieron que podían vender su proyecto de literatura infantil agregándole ingeniería, números y métricas, y funciones acordes a los programas de "educación", se fue todo al carajo. Ahí aparecieron los escritores-ingenieros-psicólogos y el séquito de neuro doctores que determinan qué debe leer a qué edad cada grupo de niños, cómo deben leer de cierta manera, tiesos en silencio bajo una lámpara, sin salirse de su marquito. Tecnociencia ideológica peligrosa como cualquier planificación industrial aplicada a los seres humanos, nada más. Cuando si de algo se trata la infancia es de individualidad y búsqueda. Un niño debe ser expuesto a retos, forzarlo en sus límites, no ponerlo dentro de espacios de confort mentales y lo que "deben leer a tal edad".

Mis amigos y yo leímos astronomía, mitología y libros indiscriminadamente, los que no entendíamos los dejábamos y los que nos producían sentido los adorábamos, respondieran al contenido que fuera. Nos empujaban hacia adelante. Los niños deberían descubrir esos títulos que adorarán leer. Esos que les harán olvidar que tienen un libro entre sus manos.

Y para eso hay un trabajo previo que realizar. Seguramente habrían libros de María José Ferrada, de Joseph Conelly, de Marcela Paz, de Shaun Tan y de cualquiera que ABRA mundos; muchos libros de mitología, leyendas, monstruos, enciclopedias de aviones, de máquinas, de naves espaciales y dinosaurios. Mundos desaforados que expandan sus universos. Nada con "María me pegó la gripe" o "Mis hermanos son diferentes" o "Mi amigo el grandulón", libros conductistas que buscan modelar de manera estándar a nuestros niños, como si la lectura y la poesía se trataran de planificaciones sicológicas o experimentos sociales fascistas. Los libros pueden incluir y quizá deben incluir problemáticas de la comunidad, pero tratarse de eso, creo que no. Hacer eso es cargarles la responsabilidad de trabajos que deberían enfrentar otras disciplinas y estamentos de la educación.

No es un tema indiferente, como padre veo mucha preocupación entre los apoderados. La sensación de abandono de parte de los colegios que se escudan en los planes y en exigencias curriculares. Los apoderados no tenemos acceso al Ministerio donde sesionan flotando en una nube tecnocrática los gurúes de la literatura infantil. TODOS los padres que conozco están espantados con la calidad y orientación de los libros que les están haciendo leer a sus niños. Las autoridades se escudan en supuestos estudios utilitarios que no les quedan claro a nadie. Déjenme decirles que lo están haciendo pésimo, que de nada vale pasar de un maletín literario a un container literario, incluso, si no se ha inculcado el amor a la lectura en la primerísima infancia y se ha estimulado con posterioridad a través de textos que les hagan sentido. Se está dejando a los niños abandonados a un montón de tecnócratas-escritores y a una mafia editorial que ha sido tema incluso de programas de denuncia televisiva. Hablo como padre que tiene que explicarle a su hijo de siete años, después de haber leído maravillas literarias juntos, por qué debe leer esa tortura de 60 páginas para responder un cuestionario de obviedades que lo trata como a un idiota.

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* Escritor